
Dos personas hablan por teléfono, y se citan. Una madre mira a su retoño, y le acaricia. Se apaga la vela, y la pupila del gato se dilata. Un pescador olfatea el horizonte, y decide no salir aquella manana. Son pacíficas escenas del mundo y, en ellas, un mismo fenómeno inconfundible. Es el movimiento de la
información: el mensaje. Así es cómo los sistemas se perciben y se influyen mutuamente. Así cambia el mundo, así cambian las partes del mundo. Comprender el mundo, ya lo hemos dicho, acaso sólo sea comprender dos cosas: el cambio y la relación entre un todo y sus partes. [...]. Todo mensaje tiene en su fuente, antes de ser emitido, cierto valor de información. No hay mensaje que llegue íntegro a su destino. Así lo establece una primera ley de la naturaleza. El rincón más modesto del universo se ve permanentemente atravesado por mensajes que van y vienen de y a todas partes. Pero un ruido de fondo universal se empeña, también permanentemente, en deteriorar el contenido de tales mensajes. La información que, saliendo de un punto, no llega a otro, se llama el error entre ambos puntos. La información de una fuente es una propiedad exclusiva de la naturaleza de la fuente; el error, en cambio -y por lo tanto la información neta que arriba a cierto destino-, es una propiedad conjunta del sistema emisor, del medio propagador y del receptor.[...] Consideremos ahora el mundo dividido en dos partes. Una, finita, merecedora de nuestra atención e interés: es el sistema. Y otra, su complementaria mundial, su entorno. Elegir un sistema significa definir la frontera que le separa de su entorno. Se trata de una superficie real o ficticia, pero permeable en principio al paso de la información en sus dos sentidos: del sistema al entorno y del entorno al sistema.
Consideremos el sistema como fuente donde se origina un mensaje destinado al entorno. La cantidad de información contenida en la fuente depende de su diversidad potencial de comportamiento. Una piedra tiene, como tal menos estados accesibles que un árbol, un árbol menos que una lombriz, una lombriz menos que un mono, un mono menos que un hombre de las cavernas. Y está claro que el repertorio de un hombre de las cavernas es menor que uno de un ciudadano de la sociedad industrial. Es la
complejidad del sistema, primera cantidad fundamental.
Dedicado a Ion...ánimo con Turing!!Texto: Ideas sobre la complejidad del mundo Jorge WagensbergTusquets Ed. Barcelona 2003.Foto: Gaspar Sánchez
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